JAÉN PANDERA, LA
Los Villares
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Altitud: 1839 m Distancia: 23,63 km Desnivel: 1255 m Pendiente Media: 5,31 % Coeficiente: 298
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JA11
Pandera, La




Textos de Cristóbal Bernal


Localización: Desde la localidad de Los Villares, situada a unos diez km de la capital de la provincia, seguiremos por la carretera A-1104 hacia Valdepeñas de Jaén. Tras superar el Puerto Viejo, y a cuatro kilómetros de distancia, aparecerá situado un desvío a la izquierda que nos conducirá al pico Pandera.
Especificaciones: Dos tipos de trazado vamos a encontrar. Hasta alcanzar el desvío a La Pandera, la carretera se encuentra en muy buen estado, con suficiente anchura para no convertirnos en un estorbo al paso de los vehículos. Hay señalización horizontal lateral, aunque la vertical es algo escasa. El olivar es el cultivo omnipresente, aunque encontraremos algunos manchones de encinas, pinos y nogales. A pesar de todo, nos encontraremos huérfanos de sombra. Abandonada la A-1104, la carretera se va a estrechar bastante y la calidad del pavimento empeora, con un asfalto muy rugoso y la presencia de gravilla suelta en algunos tramos. La señalización horizontal va a desaparecer. Al ir desapareciendo progresivamente el arbolado, el sol nos castigará hasta finalizar nuestra aventura. No tiene arcenes ciclables.
Fuentes: El pueblo de Los Villares es muy rico en agua por lo que podemos avituallarnos en las fuentes que hay. Durante el recorrido vamos a encontrar tres pequeñas fuentes, aunque no es seguro que abastezcan de agua durante todo el año. Una vez que pasemos el portón metálico, la ausencia de líquido elemento es total.
Descripción: Fundada en 1532 en una hondonada cerca de la confluencia de los ríos Eliche y Frío por orden de Doña Juana de Castilla y protegida de los vientos por los cerros Jabalcuz y Pandera, la localidad de Los Villares va a ser testigo mudo de nuestro asalto a uno de esos mágicos colosos que pueblan la geografía de nuestro país.
Tras haber llenado nuestros bidones en la fuente que hay a la salida del pueblo, emprendemos nuestra marcha, temerosos ante el fenomenal combate que deberemos librar más arriba. Hasta el kilómetro 5,5 aproximadamente iremos remontando el cauce del río Frío de una forma suave. La pendiente se va endureciendo progresivamente, incluso tendremos que superar algunos ásperos tramos que alcanzan el nueve por ciento y que van a servir para aumentar nuestro ritmo cardíaco y mejorar el tono muscular, ya que falta nos hará.
Tras pasar una marcada curva de vaguada y dejar a la izquierda el desvío hacia el área recreativa del nacimiento del río Frío, pasamos a su vertiente izquierda. Nuestro pedaleo sigue siendo constante, aunque en muchos momentos nuestras piernas van a parecer un flan al observar en todo lo alto nuestra meta. ¿Seré capaz de superar esas temibles rampas? Es la pregunta que continuamente vamos a ir repitiendo hasta superar el Puerto Viejo, nuestro primer obstáculo. Inmediatamente comienza un tímido descenso que nos servirá para reponer los líquidos perdidos y recuperar algo de las fuerzas gastadas en el primer envite. Van a ser unos cuatro kilómetros de agradable pedaleo, sólo interrumpido por algún suave repecho.
Pero nuestro gozo no puede ser eterno. Efectivamente, tras superar el portón que nos permite acceder a terreno privado, la fisonomía de la ascensión cambia radicalmente. Unas primeras cuestas nos van a saludar de manera burlona, para dar paso, sin solución de continuidad a un impresionante tramo de cerca de un kilómetro en el que llegaremos a alcanzar el quince por ciento. Nuestro ritmo se va a hacer bastante penoso, dificultado también por la presencia de arena y grava en el pavimento procedentes de una cantera contigua. Pero casi imperceptiblemente, el desnivel va disminuyendo de manera progresiva dando paso a dos kilómetros de transición que servirán para recuperar el aliento y apreciar el magnífico paisaje que aparece ante nuestros ojos. Una amplia curva de herradura, muy próxima a la divisoria de aguas de la sierra, es la señal que esperábamos. Aquí va a comenzar el último y el más duro desafío. Son casi cuatro agónicos kilómetros en los que deambularemos por la cresta de la montaña en la que muy frecuentemente la presencia del viento se puede convertir en una dificultad más a añadir. El equilibrio se va haciendo cada vez más precario ya que la velocidad es verdaderamente ridícula. Menos mal que no tenemos que preocuparnos de la presencia perturbadora de los coches. El silencio es sobrecogedor y sólo el sonido rítmico de nuestro jadeo osa alterar la tranquilidad de este maravilloso remanso de paz. Ya estamos a punto de superar esta brutal prueba cuando una postrera rampa al 15% parece querer impedirlo, pero ya es tarde, hemos conseguido coronar un primer collado que da paso a un pequeño descansillo en el que un rústico portón nos impide el paso, por suerte, sin candado. Una vez superado este último obstáculo, vamos saborear unos quinientos metros de fuerte descenso en el que hay que prestar mucha atención al pavimento, ya que la presencia de piedras sueltas es bastante frecuente en este tramo. Un último esfuerzo final nos permite llegar a las instalaciones militares abandonadas.

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