OTZTALER RADMARATHON 2014

Jorge Montes

La Marmotte, la Maratona des Dolomites, la Alpenbrevet y la Otztaler Radmarathon son 4 de las pruebas cicloturistas más duras que hay en Europa. Desde luego son bastante más duras que la archiconocida en España Quebrantahuesos. La francesa (la Marmotte) y la italiana (La Maratona) suenan a bastantes cicloturistas españoles, mientras que la suiza (la Alpenbrevet) y la austríaca (Otztaler Radmarathon) son grandes desconocidas.

Mi objetivo inicial el año 2014 era haber hecho la Otztaler Radmarathon. Desgraciadamente no es tan fácil conseguir una plaza, ya que sólo se admiten 4.000 participantes y se suelen preinscribir 16.000 valientes... vamos, que hay bastantes menos posibilidades que en la Quebrantahuesos de que te toque plaza. Me apunté al sorteo y no me tocó. es por ello que, como tenía ganas de enfrentarme a grandes retos, me apunté a la Alpenbrevet suiza, y diseñé un auténtico planazo con etaponas impresionantes en tierras suizas.

Pero Dios escribe derecho en renglones torcidos. De los 4.000 afortunados que fueron agraciados en el sorteo con una plaza en la Otztaler hubo varios que no pagaron los 120 euros de la inscripción. Quedaban por tanto unas plazas libres, que se volvieron a sortear.. ¡y está vez fui agraciado con un puesto en la parrilla de salida! Tocaba cambiar los planes, hacer en primer lugar la Alpenbrevet suiza, luego hacer el tríptico infernal de montaña italiano-austriaco y finalizar 10 días inolvidables de cicloturismo con la Otztaler Radmarathon.

Los que habéis leído mis anteriores crónicas de estos 10 mágicos días os imaginaréis que llegaba con la moral por las nubes, tras haber terminado la durísima Alpenbrevet y haber vencido a tres puertos infernales: Kitzbüheler Horn - Zoncolan - Grosse Oscheniksee. La euforia no está reñida con la prudencia, y es por ello que el viernes y sábado antes de la prueba descansé, disfrutando además la compañía de mis amigos austriacos Helmut y Kristina. ¡Gracias por tratarme tan bien chicos! Algún día volveré a Austria a pedalear tranquilo, subiendo los super-puertos que allí se esconden, pero sin la presión de “tenerme que cuidar” para realizar los 238 km y 5500 m de la Otztaler Radmarathon.

Sábado 30 de agosto. Tras despedirme de Helmut partí Rumbo a Solden. Me esperaban por delante 700 km en coche. Último finde de agosto, suele ser sinónimo de atascos, en cualquier país europeo. Y esta vez tampoco fallo. Por ello llegué a Solden un poco más tarde de lo que me hubiera gustado, sobre las 17:00. ¡Todo el pueblo estaba invadido por la fiebre de la Otztaler Radmarathon!

Sabía que la Otztaler era una marcha muy famosa en Europa pero, la verdad, no me esperaba ver tanto despliegue. Un montón de stands, incluyendo todas las más prestigiosas marcas relacionadas con el mundo del ciclismo, y con los productos de más alta gama. Y todo muy profesionalizado, vamos, que los allí presentes no estaban precisamente de fiesta. Si me hubieran dicho que aquello era una carrera profesional me lo hubiera creído.

Pero tal vez lo que os dé una idea de la magnitud del evento es que “el diablo”, ese personaje que desde los tiempos de Indurain viene siguiendo las grandes vueltas y que tantas veces hemos visto en las pantallas animando a los profesionales en las etapas de montaña, también estaba allí para animarnos en la Otztaler.

Al recoger mi dorsal pregunté al señor que me lo dio, en mi más educado alemán, por la meteorología para el día siguiente. No me gustó la cara que puso. Y le volví a preguntar. Parece que al señor le daba vergüenza decirme que iba a llover, pero al final me lo dijo, desgraciadamente iba a llover.

Salí del deportivo donde se recogían los dorsales pensativo, pensando que significaría eso de que iba a llover. si sería un chirimiri vasco y o si sería un aguacero continuado. Por si las moscas vi un chubasquero que me gustó y me lo compre, ya que el que traía lo había perdido en el transcurso de mis recientes aventuras. Ya más tranquilo me fui hacia el coche, para ir hacia el hotel. Por el camino me encontré el señor toro de la foto inferior. ¿Qué demonios hace un toro en un pueblecito del Tirol austríaco? Os dejo que vosotros imaginéis una respuesta.

A las 18:00 llegaba a mi hotel. Como me confirmaron mi plaza después del segundo sorteo, cuando me puse a buscar alojamiento, lo mejor que encontré fue a unos 20 kms de Solden. Pero bueno, no hay mal que por bien no venga, para ir al hotel tuve que subir parte de la que sería la última bajada del día siguiente.... lo cual me vino de perlas para conocer las curvas. En ese momento no me imaginaba lo útil que me sería el día siguiente.

El hotel estaba a 1900 m en un auténtico pueblecito alpino. Fueron muy amables. Aparte de mí, había otras dos personas alojadas que iban a participar en la carrera, un checo y un alemán. Como la carrera empezaba tan pronto (06.45) nos explicaron que nos iban a preparar el desayuno a la noche, para que lo lleváramos a nuestra habitación para el día siguiente. El desayuno fue excelente, sobre todo el super-termo de café que nos dieron que lo mantuvo tan caliente como recién hecho y que me vino estupendamente. También nos dijeron que normalmente el servicio de cocina cerraba a las 21:00 pero que iban a hacer una excepción por la marcha, y que podíamos venir cuando quisiéramos, que nos darían cena. Que queréis que os diga, fue toda una tranquilidad el saber que iba a poder llenar la tripa a gusto - porque la cocina del hotel era excelente- tras las 12 horas de paliza que me esperaban..

A las 04:30 sonó el despertador. ¡Arriba, el gran día había llegado! Desayuno y a las 05:00 salí con el coche hacia Solden. No habíamos hablado nada, pero curiosamente el checo y el alemán habían pensado en la misma hora, así que bajamos los tres coches en perfecta sintonía.

Hicimos bien en madrugar. Pudimos aparcar en el parking grande sin problemas. Pero apenas 15 minutos más tarde de que nosotros llegásemos ya no quedaba ni una plaza. Me preparé con mucha tranquilidad. No llovía, lo cual siempre es positivo para empezar una marcha. A las 06:15 ya estaba colocado en la fila de salida. Desde donde estaba situado no veía el comienzo de la fila. y pronto la gente se fue también colocando detrás de mí y tampoco pude llegar a ver el final del pelotón.

A las 06:45 cohete, el clásico ruido que hacen las calas al enganchar en los pedales automáticos, ¡y a rodar! Una de las curiosidades que tiene la Otztaler es que los primeros 30 kilómetros son cuesta abajo. Les tenía un poco de respeto, porque si en las marchas españolas la gente sale en llano como locos, ¿qué no sería con pendiente favorable en un marcha con aspecto tan profesionalizado? Afortunadamente, todo fue más tranquilo de lo que me podía haber temido. Aunque nunca falta en estas marchas los típicos kamikazes, pude llegar al pueblo de Otz sin más contratiempos.

Rotonda y a la derecha. Empezábamos la primera subida del día. Hice una corta parada para quitarme el chubasquero y los manguitos. Lucía tímidamente el sol, y sabía que iba a sudar. Por un momento pensé que tal vez se habían confundido con el pronóstico metereológico. ¡cómo se notaba que no conocía la zona!

Kuthai Sattel. da Oetz

Küthal es un puerto con zonas muy llevaderas y de repente auténticos rampones. De hecho tiene varias zonas al 14% que agarran de verdad. En condiciones normales probablemente lo hubiera pasado mal (hubo gente que incluso llegó a poner pié a tierra), pero tras el tríptico infernal Kitzbüheler Horn - Zoncolan - Grosse Oscheniksee las pasé con solvencia. En ese puerto coincidí con una grupeta de italianos de unos 50 años, con los que luego volví a coincidir. Entre ellos iba una mujer, Renata, con su melena rubia recogida en una trenza vikinga... iba hablando y riendo todo el tiempo, pese a las fuertes rampas... ¡ese es el espíritu cicloturista!

Poco a poco me fui acercando a los más de 2000 me de altura de la cima. Me encontraba bastante bien, aunque iba regulando bastante, porque sabía de sobra que esto no había hecho más que empezar. Eso, sí, incluso el sol se dignó a acompañarnos, con lo que no puedo decir sino que disfruté mucho en esta subida.

Según me fui acercando a la cima, el cielo se fue oscureciendo. y a falta de dos kilómetros comenzó a llover. La lluvia nos acompañaría el resto de la marcha, en menor o mayor medida.

Rellenar el botellín de agua, ¡y para abajo! Tocaban 15 kms de fuerte descenso, y luego otros 20 km de descenso más suave. Dado que en la salida no había estado muy adelante y dado que el primer puerto lo había subido con tranquilidad, tenía muy claro que ahora me tocaba recuperar territorio, para empezar el segundo puerto con gente de mi nivel. La lluvia complicaba la bajada, además de varios coches que estaban entre los ciclistas. Son en esos momentos donde uno debe tomar decisiones de forma rápida. Yo no me lo pensé, sin temblar, a más de 70 km/h adelanté a los coches que me estaban interrumpiendo para ir hacia adelante. Alguno tal vez me llame temerario pero, para vuestra tranquilidad, adelanté en zonas de perfecta visibilidad.

En la parte de fuerte pendiente pude cumplir mi objetivo y adelantar a mucha gente. En la zona de menor pendiente me acoplé a un grupo de unas 10 personas, que me llevaron hasta Innsbruck. Plácidamente. Empezaba el segundo puerto del día, el larguísimo Brennerpass de 39 km.

Era el puerto que más dudas me generaba. No tiene rampas duras (lo máximo es un 5%) pero son muchos kilómetros. Y hacerlos a 20 km/h o 30 km/h suponía una diferencia de 40 minutos que podía ser decisiva para el devenir de la etapa. El grupo de 10 personas donde iba pronto fue rebasado por un grupo de 4 ciclistas que iban un poco más rápido... algunos de los que iban en el grupo inicial siguieron a su ritmo (unos 21 km/h), yo y otros tres saltamos y nos unimos a los que nos habían rebasado formando una nueva grupeta de 8 personas, avanzando a cerca de 25 km/h. Y así fue el resto del puerto. El grupo dónde íbamos era adelantado por otro grupo, y yo intentaba sumarme al pelotón más rápido. Al final formamos un pelotón de unos 100 ciclistas, que marchábamos a muy buen ritmo, en torno a los 30 km/h, con los que rodé la mayor parte del puerto. El pelotón se rompió un poco en los últimos kilómetros, que eran los más duros, pero ya no había problema, estábamos en la cima. Mi mayor preocupación antes de iniciar la prueba ya estaba superada e iba con buen horario. Tocaba coger agua y emprender la bajada. Como podéis ver en mis piernas, aunque estábamos en las horas centrales del día y pese a que este puerto no es muy alto (1377 m) la temperatura era más bien baja.

20 kilometrillos de bajada para adentrarnos en el Tirol italiano. Tocaba ahora un puerto muy duro, con muchos tramos al 9-10-11%: el Jaufenpass o Monte Giovo (es conocido por esos dos nombres). Empezábamos esta subida con 146 km de marcha y ya con casi 60 km de ascensión. ¡Casi nada! A ello había que unirle el frío y la persistente lluvia. Todo ello hacía que las caras de muchos de los participantes fueran un poema.

Evidentemente yo no podía ver mi propia cara, pero de haberla visto creo que mostraría: ¡aire de caza! Sí, en esta subida alcancé uno de los mejores momentos ciclistas que he sentido en toda mi vida. En un marcha, sin lugar a dudas, el mejor (hasta ahora). Pese a la dureza de las rampas me sentía muy bien. Y la prueba es que pasaba a gente sin cesar, lo cual no suele ser tan habitual en mí en las subidas. Un rato de pié para acercarme a mi siguiente objetivo, sentarme para descansar un poco a su rueda, y otro rato de pié para ir en busca del siguiente ciclista o grupo de ciclistas. Todo ello con las pulsaciones todo el rato entre 150 y 160, depende de la pendiente que me tocase. Ahí adelanté, entre otros, al grupo de italianos que había visto en el primer puerto. Renata ya no hablaba, iba con la cabeza baja.

En este puerto, como os decía, me sentí muy poderoso. Ahora bien, evidentemente, había gente más fuerte que yo. En la parte final divisé a un chico y una chica. Supuse que serían una pareja, porque el chico le iba empujando, con su mano en la parte del cuerpo de la chica donde la espalda pierde su noble nombre. La chica iba sufriendo mucho, su pareja la empujaba en silencio, en un gesto lleno de cariño, otra de esas muestras de lo grande que es el ciclismo: el ayudar al compañero que tiene menos fuerzas que uno. eso no pasa en todos los deportes. I love cycling! Me costó coger y rebasar a la pareja. Él tenía mucha fuerza, de no haber estado su (supuesta) pareja probablemente en ese momento estaría finalizando el último puerto. De hecho me llevó casi dos kilómetros hasta que les perdí de vista (en las zonas con menor pendiente recuperaban parte de la ventaja que les había sacado en las partes más duras). Pero esa era la subida de mi vida, y finalmente les dejé, y seguí adelantando gente, hasta coronar a casi 2100 m.

Parada a rellenar botellines y 22 km de descenso. Tal vez el más peligroso de todos los de ese día. El Jaufenpass había limado muchas fuerzas, y la gente andaba más lenta de reflejos. Vi un par de participantes que se habían caído y que estaban siendo atendidos por ambulancias (por cierto, chapeau la organización, si mi alemán no me jugó una mala pasada creo que dijeron que tenían movilizadas casi 100 ambulancias). Ver a alguien caído impresiona, pero cuando uno está bajando no puede dudar, y menos con lluvia. Así que continué mi vertiginoso descenso, siempre con los ojos bien abiertos, porque no se sabe lo que uno se puede encontrar por estas carreteras dejadas de la mano de Dios..

Llevaba 183 kilómetros y unos 75 km de ascensión. Y tocaba el último reto del día. El tremendo Timmelsjoch/Passo Rombo. ¿Qué decir de este puertazo? Para los que han hecho la Quebrantahuesos, imaginad que estáis después de haber subido la Hoz de Jaca y que en vez de encaminaros a meta os dicen que tenéis que subir un puerto como el Portalet, pero todos los kilómetros como la parte dura del Portalet. Para los que no conocéis la Quebrantahuesos, baste decir que después de todo lo que llevaba entre pecho y espalda me tocaba subir un puerto más duro que el Tourmalet (342 APM) o el Mont Ventoux (380 APM), con eso os he presentado el Timmelsjoch/Passo Rombo (403 APM).

29 km de puerto y 1800 m de desnivel. Era consciente que, tras todo lo que llevaba, eso me iba a llevar cerca de 3 horas. En esos momentos en los que el cuerpo empieza a estar agotado es la fuerza mental la que hace avanzar a uno. Y ese día la mía no me falló. Inicié el puerto con el objetivo de seguir entre 150 y 160 pulsaciones. Pero el cansancio empezaba a hacer mella de verdad, como se puede ver en la siguiente foto.

Me costaba mantener las pulsaciones por encima de 150. Ya no avanzaba con tanta frescura como en el anterior puerto. Pero bueno, ni yo, ni nadie. Seguía adelantando a gente, lo cual me animaba. Veía gente paradas en las cunetas, tomando aliento, lo que también me animaba. 1000 m de altitud. 1500 m de altitud. ¡Lo estaba consiguiendo! Cada estaba más animado. Sabía que lo iba a conseguir. Por supuesto no descuide la alimentación, cada hora, como desde que había empezado la prueba, devoraba un barrita energética. Si algo me preocupaba es que la temperatura descendía sin parar, y que cuanto más ascendía más negro estaba el cielo y más llovía. Pero bueno, no quedaba más. ¡Por fin lo vi! ¡El ansiado túnel!

A dos kilómetros de la cima hay un túnel. Todo participante de la Otztaler sabe que si llega al túnel acabará la prueba, ya que tras atravesarlo sólo quedan dos kilómetros de puerto a menos del 4% y luego la bajada. En la entrada del túnel había un miembro de la organización gritando como un loco a todos lo que llegábamos allí: Gemacht! (¡Hecho!). Tuve un subidón. Sabía que los 5500 m de desnivel positivo de la Otztaler no me vencerían... quedaba por ver si lo harían los de descenso.

En la cima me abrigué todo lo que pude, me persigné y me lancé cuesta abajo. Hacia 4°C, había niebla espesa, llovía fuertemente y tenía que descender de 2500 m a 1400 m. Las gafas se me empañaban, por lo que tenía que limpiarlas a menudo. y no podía quitármelas porque las gotas de lluvia caían fuertes de verdad. En estas circunstancias mi mente sabía que tenía dos opciones:

¿Qué elegí? Bueno, por algo llevo desde hace un par de años en las vainas de mi bicicleta inscrito: “Valhall Awaits Me” (“El Valhalla me espera). Ahí me lancé, pedaleando cuesta abajo, adelantando gente que habían elegido la otra opción y que iba muy despacio, y cada vez más ateridos por el frío. ¡Ojo! Como podéis ver tampoco bajé como un kamikaze, tomaba las curvas con toda la prudencia que se puede en una situación como ésta. Tengo mucho aprecio a mi vida, y todavía tengo muchos sueños que cumplir.

Durante toda la bajada iba rezando.. ¡para que no pinchara! Si hubiera pinchado, cambiar, con el frío que hacía hubiera sido complicado. Por fin la bajada del Timmeljosch enganchó con la bajada del hotel donde había dormido. ¡Estaba en territorio conocido! Mi sueño estaba más cerca. Me iba acercando cada vez a Solden. Tocaba disfrutar de estos últimos kilómetros antes de entrar en meta.

La organización, nuevamente de 10. Según llegábamos, aparte de felicitarnos, nos cubría con una manta térmica. Aunque yo, siendo de Bilbao - y un poco cabezón - al principio les dije que no la necesitaba, al final me la quedé. Y bien que me vino. Porque al bajarme de la bici e ir a por el diploma y trofeo de Finisher, me di cuenta del frío que hacía. ya que de repente empecé a temblar de forma incontrolada.

Con mi maillot de Finisher, me dirigí hacia el coche, subí hasta el hotel, me pegué una ducha calentita, ¡y me metí una cena pantagruélica, regada con deliciosa cerveza austriaca! ¡Reto superado! ¡Había conseguido realizar todo lo que me había marcado para esos 10 días maravillosos en Suiza, Italia y Austria! Pero ya según cenaba, nuevos retos empezaban a germinar en mi mente..

Para conseguir un sueño hay veces que hay que adelantar a un coche yendo a mas de 70 km/h estando la carretera mojada, hay que aguantar en el pelotón un puerto de 30 km porque es el ritmo bueno, hay que saltar de grupo en grupo subiendo puertos del 10 % cuando el grupo ya se ha roto en mil pedazos y hay que bajar desde 2500 m a 1400 m como si 4° C fueran 20 ° C. Pero todo eso no tendría sentido sin amigos que te están apoyando, mandándote ánimos aunque sea desde la lejanía. Gracias a mis padres (aunque espero que mi madre no lea nunca lo de la bajada final). Gracias a los miembros del MACT, especialmente a Juan Mi. y Roberto que con las salidas gran fondo de los domingos me prepararon para afrontar estos retos (¡sin vosotros no hubiera sido posible chicos!). Gracias a la grupeta del Funi, que en las salidas de los sábados me ayudaron a limpiar la carbonilla de mi motor diesel. Gracias a la tropa de “Calorias y Birras” por picarme por beber sólo dos cervezas los días antes del entreno. Gracias a mis fans argentinos, Luis y mis primas Claudia y Vivi. Gracias a mis seguidores de “Artaza”, el “Lerele” y de “Cogeneradores eficientes”. Gracias a mis compañeros de trabajo de Bilbao y Madrid, así como los conocidos laborales que tengo. Gracias a mis Freundinen Marienka, Miren y Mónica por sus ánimos constantes y por aguantar mis batallitas. Y gracias a Kristina y Helmut, que me ayudaron a relajarme totalmente los días antes de la gran prueba Gracias a todos, porque gracias a todos vosotros ¡he cumplido mi sueño de hacer los 235 km y 5500 m de desnivel de la Otztaler Radmarathon! Ya os iré contando mis nuevos retos.


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