Comentario: No se trata de una ascensión de entidad, pero merece la pena acercarse por allí para conocer el llamado Valle Salado de Añana. Un complejo salinero explotado desde hace ya casi 7.000 años. Entonces la sal se obtenía hirviendo el agua salada, que mana abundantemente de forma natural, hasta que la sal disuelta cristalizaba. Luego ya en la época romana se cambió al diseño actual de las típicas eras (pequeños estanques artificiales poco profundos) en los que el agua se evapora por la acción solar. De todos es conocida la importancia y el valor de la sal en siglos pasados (de ahí viene la palabra salario). Las salinas de Añana, que dan el nombre a la localidad, nunca se han dejado de explotar, aunque mediados el siglo XX estuvieron a punto de desaparecer. Sin embargo, una modélica restauración ha hecho que hoy estén en todo su esplendor, produciendo diferentes tipos de sales ecológicas de alta calidad y reconocido prestigio, alabadas por cocineros de élite. El complejo está declarado como Monumento Histórico y en 2017 ha sido incluido el el Patrimonio Agrícola Mundial por la FAO, siendo hasta el momento el único entorno europeo en conseguir tal distinción. Otra curiosidad es que Salinas de Añana fue la primera localidad en ser reconocida como villa en Euskadi. La ascensión en sí es muy agradable. La rampa más dura la tenemos casi al principio, aunque podremos hacernos los gallitos pegando un arreón porque nada más superarla, tenemos un magnífico mirador, de parada obligatoria, para contemplar todo el complejo salinero mientras bajan las pulsaciones. Luego la pendiente se modera y solo encontraremos otra corta rampa que llega a los dos dígitos. Tras trazar dos herraduras y poco antes de coronar por esta carretera que nos llevaría hacia Pobes, tomamos un cruce a la derecha señalizado hacia Viloria y Arreo. Al principio tenemos medio km en descenso antes de comenzar a ascender hacia Viloria, pequeña aldea de apenas 20 vecinos. Un descanso y la última rampa que finaliza un poco antes de las primeras casas de Arreo, que aún tiene menos vecinos. Por la otra vertiente descendemos hacia un pequeño lago natural y encontramos varias carreteras vecinales bien asfaltadas por las que es una gozada pedalear. Todas ellas nos llevan hacia el valle del Ebro.
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